Conversaciones inestables conmigo
- Catherine Torres
- 1 ago 2019
- 2 Min. de lectura
Siempre creí que no tenía miedo.
Me consideraba alguien que no pensaba en los mil escenarios de como algo puede salir mal.
Alguien impulsiva, en el mejor de los sentidos.
Este año (que ha sido muy difícil), descubrí que el miedo me consume. Antes lo enmascaraba con ansiedad (que es igual de feo).
No sé a qué le tengo miedo en específico, pero sé que me atemoriza no saber qué va a pasar. Ansío por tener todo bajo mi control, pero en el lapso de ese miedo dejo todo lo que estaba haciendo a medias.
No sé que me pasó.
Guayaquil me consumió o simplemente es inevitable llegar a esa edad en la que tus preocupaciones son por límites que crees que tienes, o la rutina que debes seguir; todo por las concepciones de la sociedad.
Me enerva el futuro, desde el mañana hasta el de tener nietos.
Me da miedo tener hijos, formar una familia.
Se me cae el pelo de pensar en como alguien puede depender de mí para crecer.
No logro concebir como estoy pensando en esto a mis 22 años; cómo me preocupa la vida que tengo que formar, definitivamente me convertí en lo que me prometí no ser.
Pero, ¡qué difícil que es partir!
Decir adiós a lo que te hizo feliz, a lo que te ayudó a crecer.
No nos enseñan que los finales también son parte del camino, son los obstáculos para llegar a la meta.
Pensar que hace no tanto tiempo mi mecanismo de defensa para no dejar que las despedidas o los dolores me consuman, era verlos como un paso más cerca para llegar a donde me esperan.
Porque al final de esta comedia romántica (que yo la llamo vida) está alguien/algo esperándote. Con los brazos abiertos, con un té calientito para la calma y un litro de helado para el dolor. Una jaba de cervezas para las historias y unos cigarrillos para dejar consumir los pensamientos oscuros que una vez nos atacaron.
Tal vez este alguien/algo regresó del pasado, listo para complementar todo tu presente y futuro, o es alguien totalmente nuevo que sientes como si lo conocieras de antes.
No sé si mis letras tengan sentido alguno, pero sé, y estoy segurísima que las tormentas pasan.
Tengo mucho amor aquí adentro para brindar, para repartir y para compartir.
El miedo pasará; lo sé.
La ansiedad cesará.
Así de simple, el amor siempre gana; y más si es el propio.
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