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Transitar mi cuerpo -porque toca-

  • Foto del escritor: Catherine Torres
    Catherine Torres
  • 3 feb 2024
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 16 feb 2024

Catherine Torres Cabanilla


A veces me encuentro frente al espejo añorando el cuerpo que tenía. Me desapruebo al verme y no ser ella, ella a quien en su momento también rechacé.


Es natural que el cuerpo cambie, evolucione, independientemente de lo que se haga con él; es algo que va a pasar. Aceptar esto ha sido algo difícil de procesar. La nostalgia y la obsesión de querer algo de nuevo, que en su momento no supe apreciar ni ver, es lo más irónico de la dismorfia que siento con mi cuerpo. Querer volver a entrar en un pantalón, volver a verme “así”; ese “así” que odiaba tanto cuando tenía esa edad. Me parece un cachetazo de ironía al amor propio.


Volví a meter este tema en las conversaciones con mis amigas y encontré denominadores comunes como: desórdenes alimenticios, vergüenza, dolor, falta de aceptación y definiciones equívocas del amor propio en respuesta a: ¿Crees que algún día te sientas cómoda con tu cuerpo? -Porque claramente yo no creo tener esa capacidad en mí-. 


Pero con esto también descubrí -con la edad y la vida por encima- que aparte de los desórdenes alimenticios, que aún tengo, me he encontrado -o me he enfocado- en querer el cuerpo que habito. Por alguna razón nos escogimos y por otras que aún no comprendo, seguimos aquí. 


¿Qué queremos decir cuando decimos “peso normal”? ¿Volver a mis 63 centímetros de cintura? ¿Volver a que se noten los huesos de la clavícula y de la cadera? ¿Sin importar lo que le haga a mi cuerpo para llegar a eso?


Cero sana. Entre y con mis amigas compartíamos -implícitamente- el conteo de calorías, el sobre-ejercicio, el exceso de agua, las voluntarias vomitadas a escondidas, contar las masticadas de un bocado, preferir tomar té/café a comer, las miles de fotos en el espejo o con cronómetro de nuestro cuerpo en nuestro celular. Darnos cuenta hoy que éramos niñas entre 13 a 16 años. El “no tener que ponerme” era en realidad “no hay nada en mi closet que me tape” o que esconda mi cuerpo. 


La dismorfia corporal es una afección de salud mental en la que una persona pasa mucho tiempo preocupándose por los defectos de su apariencia. Estos defectos suelen pasar desapercibidos para los demás. Personas de cualquier edad pueden tener TDC, pero es más común en adolescentes y adultos jóvenes.

Cabe mencionar que, en la sociedad patriarcal en la que crecimos, se nos simplifica a un cuerpo. Cualquier logro en otras áreas de nuestra vida no es más importante que el número que sale en la balanza para las personas que nos rodean,  principalmente la familia, quienes creen necesario emitir un comentario sobre nuestro físico. Y a esto sumarle que los medios de comunicación le dan validez a estos comentarios. Los reproduce y al hacerlo, los normaliza -pero eso es otro tema-.


Creo que desde que tengo memoria mi cuerpo ha sido tratado como un aparte. Desde la sexualización del mismo hasta punto de referencia en un círculo de mujeres. Me cuesta recordar un momento en mi infancia/adolescencia en el que no me haya sentido avergonzada o culpable de tener el cuerpo que tenía. Ser “delgada” y con “atributos” no era algo de lo que me sentía orgullosa. A veces no se me permitía opinar en conversaciones sobre inseguridades porque tenía un “cuerpazo” -que yo no veía en el espejo-; o en círculos familiares se me reprochaban los escotes -que no eran- por la cantidad de busto que tenía. Sin hablar en pasado porqués sigue siendo recurrente. 


Ahora, con la adultez y llegando a los 30, entendernos (con mis amigas) como mujeres en crecimiento, sexualizadas por naturaleza y puestas a competir y compararnos, escuchar nuestras experiencias con nuestros cuerpos nos ha vuelto más sororas en las formas de comunicarnos debido a que comprendemos lo difícil que es ser mujer en este mundo.


no es que trato hacer este tema arraigado y exclusivamente de género pero es lo único que mis amigas y yo conocemos.


No puedo no escribir esto sin contar lo dañino que era para mi verme al espejo. Internamente se volvió una competencia conmigo misma. La cinta métrica mi mejor amiga y contar los vasos de agua (tibia) mi mayor adicción. Acompañada de otros malos hábitos que llegan con la mayoría de edad, suplantando estos con comidas. 


Considero que he sido, desde temprana edad, activa físicamente. Si bien empezó para mantener esos centímetros de cintura; hoy puedo decir que es parte de lo que me mantiene viva. Sin embargo, recordar todos los cambios por los que mi cuerpo pasó sin avisar como lo fueron la pubertad y la menstruación más todo lo que estos significaban socialmente es querer abrazar a mis amigas y a mi por no poder vernos a nosotras mismas con el amor que veíamos a la otra.


recalcando que esto lo estoy enfocando en el peso del cuerpo, sin contar las inseguridades de piel, cara, estaturas, etc.


“Amar cada etapa”, nos dicen. En cambio, yo recibía un “ponte a hacer ejercicio, que ese cuerpo no vas a tener toda la vida”.  Escuchaba a mis amigas con diferentes pesos al mío recibir un “tienes que hacer algo al respecto porque tu peso no está bien”. Todos estos comentarios sin darle cabida al querer, a la aceptación, a conocerse. Solo dando espacio al rechazo. Rechazo por lo que se tiene y rechazo por lo que no se tiene. 


No sé qué consecuencias psicológicas exactas esto produzca, ya que no soy profesional, solo empírica. Pero qué dolor me causa  ver la relación de unas con otras, el ver como nos vemos, como nos comparamos y más: como no nos vemos cuando nos miramos al espejo. 


Dejé de frecuentar amistades que me hacían sentir insegura con mi cuerpo. Reuniones familiares donde el peso y el cambio de este es un tema de conversación. Porque no importa qué estés haciendo bien en tu vida, tu ser se va a reducir a tu apariencia física.


Y por más de que existan rezagos, puedo concluir que mis amigas y yo estamos en un mejor lugar del que estábamos hace 10 años. Si a veces se vienen unos arranques de frustración con nuestro cuerpo, no han sido razones de guerra con el mismo. Como dice mi nutricionista favorita, esta relación se ha direccionado en “transitar mejor lo que pienso de mi cuerpo”.


No quiero terminar este texto con una nota positiva o con un final feliz porque no lo hay. Es un crecimiento constante, es un trabajo de día a día. Tratar de tener una relación sana con mi cuerpo y sanar comportamientos que aún siguen vigentes. *Agradezco la apertura y la honestidad de mis amigas para compartirme sus vivencias, recordar dolores de la adolescencia y darle razón a la escritura de este artículo: Paula, Andrea, Daniela, Coti, Anita, Negrita, Mei, mi Vickylú y a las que en algún momento coincidimos. 



Catherine Torres Cabanilla


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